LÍMITES DE LA SOMBRA


Los muertos

¿Qué recuerdan los muertos bajo la raíz
de los árboles?
Serenamente intactos para el alma
son imprecisas sombras, casi a pesar del cielo.
Con dulce antigüedad,
los muros van grabando en sus sienes ausentes
coronas de cenizas.
Gentiles despojados
que conviven a espaldas del dolor inmutable.
Tendrán sus flores, su vocación de greda
por el abierto cauce del olvido.
Hay tantas llagas, hay tanta plenitud
en estos rostros ocultos en la tierra.
Conquistando el silencio.

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El tiempo


Se precisaron las espadas, las almenas,
los versículos de las Sagradas Escrituras
para que el tiempo sea invulnerable
como la luna que admiraban los visires.
Vedadas a su amor quedan las muertes,
las infinitas cruces necesarias,
los días en que ninguno fue el primero.
Como el eco de un reloj en la memoria
van los ponientes y las generaciones,
la gota de agua que cae en la clepsidra,
la puerta verdadera que nunca ven los hombres.
El porvenir de las cosas será el polvo.
Sólo el tiempo es perfecto. Nos modela
y luego, curiosamente, nos olvida.

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Las estatuas

Bajo la luna se inclinan las estatuas.
(Una versión de piedra que se atribuye al tiempo).
Fácilmente podrían transformarse en almas
o en cuerpos voluptuosos que retornan, al azar,
por un extraño puente que vive entre dos mundos.
La penumbra recobra sus antiguas edades,
la historia de los seres que son huecos desiertos
tejidos por el mármol.
Las estatuas se inclinan, a veces,
como livianos juncos inundados de estrellas.
No es posible entender esa piel con que las cubren
para deshabitarlas.
Por las grietas absortas que miran hacia adentro
esperan indulgentes su muerte ya cumplida.
Del otro lado de la memoria que no existe
son las estatuas reflejos extinguidos,
un efecto de la luz que nos condena.
Por eso es que jamás pueden mirarnos
de frente y a los ojos.

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Laberintos


Una criatura, grávida de oscuridad,
guarda en lo profundo campanas
que en la noche resuenan.
Con hábiles manos teje sus disfraces
y sobre nudos invisibles ata un hilo
que corre desde la cerradura hasta el espejo.
No hay traiciones en esta soledad.
El sueño o el desdén
son el áspero alimento para ingresar
a cada laberinto.
Cualquier declive hacia otro lado
es un lenguaje al cielo,
una cita de sobreviviente.

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El cazador

Su sangre se helaba, algunas veces, como la luna.
Crecía su ansiedad
remontando las siluetas de los árboles.
Luego, un ruido muerto y una herida
abigarrándose en las sombras.
El milagro y la fatalidad animaban la espera.
Esos ojos, embalsamados en mitad de su vuelo,
volvieron a la vida.
Y el ave partió hacia otro invierno
con el ala rota.
Su temblor sin reclamo fue un estigma
y su tiempo tan leve, que se podría decir:
"Un día, al alba, la expiación vendrá".

Mientras tanto, el cazador pensaba:
- Apenas queda un pedazo de cielo.
Y regresó a su casa con las manos vacías.

3 comentarios:

  1. Excelente. Me encantaron, sobre todo: "Sólo el tiempo es perfecto. Nos modela
    y luego, curiosamente, nos olvida". Genial!!!
    Anibal Rodríguez

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  2. Bueno...qué decirte Susana? Desde que me mostraron tus letras quedé prendida. A mí me gustaron todos tus poemas. Un abrazo! y un enorme gusto.

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  3. te conocí por Emma Gunst
    y se lo agradezco, porque yo tmb me quedo prendida.

    Un abrazo Susana!

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